Hace once o doce años ocurrió esta historia:

cuando llegué temprano a trabajar al hospital, me esperaba el jefe de pediatría y sin más me dijo: ¡Doctor, tenemos una niña de cinco años con bloqueo cardiaco, la debemos operar. ¡Necesita un marcapasos para sobrevivir!

En ese momento, no contábamos con un marcapasos pediátrico, acorde para su edad. Pero si no la operábamos en ese momento, la niña moriría, debido a que años antes la habían operado del corazón y la misma fibrosis causó un bloqueo que ahora la llevaba a urgencias. Entonces entramos al quirófano con un marcapasos para adulto y con un anestesiólogo general —en lugar de tener un anestesiólogo cardiovascular pediátrico—, lo que sí teníamos eran todas las ganas de salvarle la vida. Por eso, sacamos habilidades que no sabíamos que teníamos… Y ¡lo logramos! la niña salió adelante.

Tiempo después, me la encontré en el supermercado. De pronto escuché en los pasillos una vocecita que decía: ¡Doctor! ¡Doctor usted me salvó la vida!. Cuando reaccioné me di cuenta que era la niña, la pequeña que anteriormente había operado en circunstancias difíciles.

La niña me abrazó, allí en medio del supermercado y me dijo: ¡Me salvó la vida doctor, le debo una! — Esa fue una de las experiencias más gratificantes en mi carrera.

Tiempo después, le colocamos un marcapasos definitivo y mejoró aún más. La cirugía de esta niña de cinco años nos impulsó a sacar lo mejor de nuestros aprendizajes, puesto que uno nunca sabe en qué momento va a utilizar todo el conocimiento que tiene. Y cuando más lo necesitas te das cuenta que la vida, la experiencia, algo divino o cómo quiera llamarle, te va a ayudar a salir adelante. Por ello, siempre hay que ser proactivo y trabajar con lo que tengas enfrente.

¡Historias de vida que nos inspiran!